¿Y si me tocó tener poca empatía? ¿Qué hago?
Tengo una amiga que parece sentir lo que sienten las personas que están enfrentando penurias e injusticias. Una persona con discapacidad que no consigue trabajo, un jubilado que no llega a comprar sus medicinas, una mujer que sufre acoso. Las vive en carne propia, se angustia cuando las ve sufrir y se alegra infinitamente cuando acceden a algún derecho. Tanto que ha organizado su vida en torno a eliminar estas injusticias. Quizás sería imposible para ella hacerse la distraída y dedicarse a otra cosa.
Tengo otra amiga que prefiere no involucrarse para nada en temas sociales. Simplemente no le gusta conversar sobre esas cosas. Es una excelente profesional, muy exitosa en su rubro. Trabaja en una empresa multinacional, tiene su propio departamento, viaja a varios países cada año, a veces por trabajo, a veces por placer.
Ambas amigas son increíbles, muy buenas personas y del mismo país. Me es inevitable preguntarme cómo es posible que su nivel de empatía hacia personas en situación de vulnerabilidad, sea tan diferente. Porque hay algo que tengo muy en claro: no es posible promover empresas y sociedades justas e inclusivas si sólo una de ellas se involucra. Por supuesto que hay muchas maneras de involucrarse y no es necesario articular la vida completa en torno a contribuir a la inclusión. Sin embargo, hay un factor decisivo que actúa como punto de partida para cualquier tipo de involucramiento. Estoy hablando de un mínimo de empatía que nos lleve a querer involucrarnos. Ahora bien, si la empatía es tan solo una característica innata en la personalidad de cada individuo, ¿debemos aceptar que algunas personas simplemente nunca se interesarán en realizar un esfuerzo por promover la inclusión?
Sería algo así… Por un lado, existen personas que han nacido con esta habilidad, que se preocupan por los demás, los escuchan, se involucran al punto de “sacrificar” algunos intereses individuales en beneficio de determinados grupos, comprendiendo que, si la comunidad está bien, entonces ellas también lo estarán. Por otro lado, existen aquellas personas que, sin importar los padecimientos que enfrenten los demás, no se movilizan lo suficiente como para hacer algo al respecto. Se cruzan, por ejemplo, con un niño pidiendo plata en la calle, y simplemente lo ignoran, culpan a los padres o piensan que no tienen absolutamente nada que ver con la problemática. Les tocó nacer sin empatía, ¿qué van a hacerle?
Pero obviamente que estoy en desacuerdo. He sido testigo de cómo muchas personas han cambiado de enfoque cuando logran comprender que la inclusión también les favorece. Si existe una persona que ha desarrollado más empatía, entonces no puede ser un hecho determinado por el nacimiento. Es verdad que algunas personas, por su propia personalidad, suelen ser mucho más permeables a empatizar con otras personas. Pero independientemente del punto de partida en tu vida respecto a la empatía, todos podemos hacer algo por desarrollarla. Para querer desarrollarla, necesitamos un motivo que nos impulse a hacerlo. Si no lo podemos encontrar en nosotros/as mismos/as, entonces podemos apoyarnos en nuestro círculo cercano. ¿Nos involucraríamos si es nuestra hija quién sufre una situación de violencia de género? ¿O si nuestro hermano adquiere una discapacidad motriz? ¿Y si nuestro hijo sale del closet? ¿No nos movilizaría lo suficiente como para arremangarnos y hacer “nuestra parte” para que ellas tengan acceso a las mismas oportunidades que todo el mundo?
Pero si sólo dependemos que las personas queridas nos movilicen de alguna manera, nuestro compromiso continúa siendo limitado. El siguiente paso, quizás el más complicado, implica comprender que el contexto en el que hemos crecido nos ha educado para no preocuparnos por las desigualdades que enfrentan los demás (especialmente cuando no las enfrentamos a nivel individual). Entonces, necesitamos que el contexto premie y favorezca a aquellas personas que deciden involucrarse para promover equidad e inclusión. El contexto lo define la cultura y la sociedad a la que pertenecemos. Vale preguntarse, entonces, si ese contexto: ¿está favoreciendo el desarrollo de personas que solo se preocupan por sí mismas o por el colectivo al que pertenecen? ¿La lógica es del “sálvense quien pueda” o del “vamos todos juntos”? ¿Y qué favorece la cultura de tu organización?
Sé que es más fácil hacerse el desentendido respecto a las desigualdades presentes en nuestras organizaciones y sociedades, especialmente cuando no nos afectan directamente o al círculo más íntimo. Pero recuerda que perteneces a una sociedad que mientras más justa e inclusiva sea, inevitablemente te beneficiará a ti.
¿Qué cosas te llevaron a desarrollar tu empatía?
Por Marcelo Baudino
Experto en Diversidad, Equidad e Inclusión
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