Muy posiblemente en los últimos años hayas participado de algún taller o charla sobre microagresiones, o al menos hayas escuchado el término. Y no sorprende, dado que las microagresiones cotidianas son unas de las principales promotoras de una cultura de exclusión. Ahora bien, si las personas son cada vez más conscientes de las microagresiones, ¿por qué continúan siendo un problema? Y quizás más importante, ¿quién es el/la responsable de reconocerlas y combatirlas?
En primer lugar, la mayoría de las microagresiones son subliminales, y por lo tanto, no es tan sencillo reconocer. En segundo lugar, gran parte de los programas de sensibilización de DEI tienden a limitarse a una sola sesión y aunque claramente es un buen primer paso, carecen de la continuidad necesaria para desarrollar la habilidad de reconocer y gestionar las microagresiones. El resultado final es que las microagresiones continúan normalizadas en las interacciones cotidianas, contribuyendo a crear una cultura de exclusión.
Adicionalmente, el foco suele estar en confiar que quien recibe la microagresión la señale, e incluso eduque al agresor, lo cual puede implicar un enorme costo emocional y psicológico. Confrontar al agresor/a puede también tener consecuencias profesionales negativas, ya que quienes decidan señalar las microagresiones que reciben, pueden ser tildados/as de problemáticos/as, demasiado sensibles, o alborotadores/as. De hecho, una investigación muestra que el costo de la confrontación puede ser elevado, especialmente si la persona que alza la voz es la víctima de la microagresión. Y dado que las oportunidades de desarrollo y promoción dependen en gran medida de las conexiones y relaciones personales, no es de extrañar que muchas víctimas opten por permanecer en silencio. Esto nos lleva a concluir que el rol de las personas que son testigos de la microagresión, es clave.
Muchas personas que presencian una microagresión terminan no interviniendo simplemente porque no reconocen a la microagresión, o si la reconocen, no la perciben como un problema a atender. Similarmente, otras personas que observan microagresiones suelen no alzar la voz por las mismas razones que las víctimas (consecuencias profesionales negativas y estigmatización). Sin embargo, cuando una persona decide intervenir espontáneamente ante una microagresión, genera un impacto positivo en las víctimas y en promover un espacio libre de microagresiones. Sin importar el nivel jerárquico, para pasar de simples testigos a una persona aliada en contra de las microagresiones, recomendamos las siguientes 3 maneras de actuar:
1. Escucha, conecta y observa
Para ser una persona aliada efectiva, primero debes comenzar educándote a ti mismo sobre los diferentes tipos de microagresiones, comprendiendo que la mayoría son comportamientos y comentarios sutiles, a veces sin intención, y que por ende, no suelen ser detectables. Esto permitirá identificar cómo se manifiestan las microagresiones y cómo impactan en las personas. Aquí se hace particularmente importante escuchar ejemplos de microagresiones que suelen recibir las víctimas y que quizás no solemos reconocer como humillantes, negativas u ofensivas.
2. Alza la voz
Cuándo y dónde sea apropiado, el siguiente paso es enfrentar a las microagresiones en el momento en que se detectan. Esto puede ser tan sencillo como una intervención en una reunión simplemente para darle el crédito de una idea a una mujer (muchas gracias Guadalupe por esa sugerencia), o interrumpir al interruptor (disculpa, pero Omar aún no terminó de comentar), o destacar las competencias y logros de una mujer si otros intentan injustamente negar sus habilidades (estoy bastante seguro que fue Florencia quién escribió el código, mejor preguntarle a ella). Es importante que las personas aliadas no hablen en representación de las víctimas o que asuman que saben cómo se sienten (la hiciste sentir incómoda), sino hablar a título personal (ese comentario me hizo sentir incómodo).
3. Legitimiza la experiencia de la víctima
Las poblaciones subrepresentadas, con frecuencia son sujetas a gaslighting, un tipo de manipulación psicológica que hace dudar a las víctimas de su propia percepción, juicio o memoria. ¿Alguna vez te han dicho estas frases en respuesta a una queja o reclamo?: “tú estás loco/a”, “eso nunca pasó”, “eres muy sensible”, etc. Una forma de combatir estas microagresiones, es validando las experiencias de las victimas al reconocer los sesgos inconscientes y prejuicios presentes en el espacio laboral. Ponernos del lado de las personas que reciben las microagresiones, validando sus sentimientos y reconociendo la realidad que enfrentan, nos convierte en personas aliadas de alto impacto.
Si bien las microagresiones deben ser abordadas de manera sistémica, es crítico que las víctimas no se sientan solas con los efectos acumulativos de estos desaires. Está claro que no es siempre fácil intervenir, particularmente cuando en una organización hay un bajo nivel de seguridad psicológica y hay temores a represalias, incluso para las personas aliadas. Sin embargo, sí es posible normalizar las acciones propias de una persona aliada, ayudando a dar forma a un lugar de trabajo más inclusivo y sin comportamientos excluyentes.
¿Y tú? ¿Estás preparado/a para hacer la transición de testigo a persona aliada para combatir las microagresiones?
Por Marcelo Baudino
Experto en Diversidad, Equidad e Inclusión
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