“Mírame a los ojos cuando te hablo”, me solía decir mi madre cuando me regañaba luego de alguna travesura. Yo, compungido o avergonzado, clavaba mi mirada al suelo. En esos momentos de educación, aprendizaje o simplemente de cariño, la autoridad estaba bien definida: Era mi padre y mi madre.
Años más tarde, cuando me especializaba en comunicación intercultural en un seminario en Estados Unidos, debatíamos sobre en qué culturas, sostener la mirada o mirar de frente a los ojos, podría ser considerado una falta de respeto. Curiosamente (al menos para mí en ese momento), en gran parte de los países latinoamericanos, no se recomienda mirar directamente a los ojos, especialmente ante alguien de mayor jerarquía. Se puede llegar a percibir como un desafío a la autoridad. Mirada baja, cabeza gacha. La conexión con parte de nuestra historia en la región no es difícil de hacer. Años de colonización y “respeto” forzado ante la autoridad, nos enseñó que, como mecanismo de supervivencia, mejor no mirar a los ojos a nuestros colonizadores. Claramente no nos correspondía ponernos en una posición de igual a igual, al menos simbólica, ante nuestros superiores. Ellos en cambio, nos miraban desde arriba hacia abajo.
En cuestiones de género suele suceder algo similar. Recuerdo no hace mucho tiempo ir caminando por la calle y cuando me cruzaba con alguna chica atractiva, la miraba fijamente a sus ojos. Ellas, por lo general, bajaban la mirada. La calle me pertenecía y si ellas hubiesen sostenido la mirada, quizás hubiese malinterpretado el gesto. De hecho, muchas veces he escuchado a mujeres comentar que, en las conversaciones en el trabajo, muchos líderes no las miran a los ojos como sí lo hacen con otros varones. Sostener una mirada implica validar la situación de equidad con un otro, y a veces, inconscientemente, a los varones nos cuesta hacerlo con mujeres. ¿Por qué? ¿Por qué a veces nos cuesta mirarlas a los ojos sin otras intenciones más que reconocer a la otra persona como igual a nosotros?
El cómo miramos a otras personas es un acto reflejo. No nos solemos detener a pensar si a tal persona la miraremos a los ojos, a tal otra no, por cuánto tiempo, etc. Inconscientemente actuamos, pero igualmente transmitimos un mensaje. Y si ese micro-mensaje promueve una desigualdad, entonces nos encontramos ante una micro-agresión. Como hemos ilustrado en nuestro artículo sobre el tema, estas micro-agresiones atentan contra la inclusión. En este caso, quien tiene la autoridad, la identidad hegemónica, tiene el privilegio de sostener la mirada (Varones, blancos, cis-heterosexuales, etc.). El mundo está pensado y hecho para ellos. Te invito a prestar atención a este detalle tan sutil y simbólico, que quizás te permita identificar algunos privilegios que existen en tu contexto laboral.
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Por Marcelo Baudino
Experto en Diversidad, Equidad e Inclusión
Linkedin: https://ar.linkedin.com/in/marcelobaudino
Muchas gracias por abordar con claridad las violencias y sus orígenes.