Como hombre heterosexual nunca me pensé “diferente”. ¿Por qué pensar en mi orientación sexual, por ejemplo, cuando era la esperada y aceptada por la sociedad? Simplemente soy y gozo de mi atracción por el sexo opuesto libremente, sin necesidad de pensar si puedo o no puedo hacer esto o aquello. Como vimos en otro artículo, los privilegios no se reconocen fácilmente. Lo mismo ocurre con algunos otros aspectos de mi identidad: hombre, clase media acomodada, etc.
Una de las primeras veces en que me sentí fuera de la norma, sucedió ya en mi adultez; cuando por creencias personales decidí adoptar una dieta vegetariana. Argentina es uno de los países con mayor consumo de carne vacuna per capita en el mundo. Más allá de esta estadística, los asados constituyen uno de los rituales más sagrados entre los grupos familiares y de amigos argentinos. Asar la carne lentamente en el fuego es casi una experiencia religiosa, donde el asador hace a su vez de pastor, y los vegetarianos/as (o veganos/as) son los nuevos/as paganos/as. Casi de manera automática me convertí en una amenaza a las prácticas culinarias y culturales hegemónicas de Argentina.
Artículo relacionado: Es hora de normalizar la diferencia
En parte me esperaba cierta resistencia con el hecho de que simplemente no iba a seguir comiendo carne “para toda la vida”. Lo que definitivamente no me esperaba fue la animosidad con la que iban a reaccionar algunas personas, y sus métodos de resistencia. En cierto nivel, mi decisión personal constituía una amenaza a la manera en que siempre habían hecho las cosas. En otras palabras, mi cambio personal los llevaba a reflejarse a ellos/as mismos/as, y les obligaba a reflexionar sobre sus propias decisiones, las cuales nunca habían cuestionado por ser parte de la norma. Esa exploración personal les causaba miedo, y la estrategia más sencilla para evitarlo, era cuestionar negativamente mi propia decisión. Está polarización sucede con cualquier aspecto de la diversidad. Este artículo menciona varios ejemplos que ubican al diferente como el problema.
Cuando nos sentimos amenazados/as, los estudios han demostrado que nuestro cuerpo libera una encima que ataca directamente al hipocampo, el cual es responsable de regular la sinapsis. Por ende, nuestro cerebro:
1. Reduce nuestro campo de visión y se enfoca sólo en un espacio reducido y estrictamente necesario para sobrevivir. El revestimiento de mielina aumenta en las vías neuronales existentes y es menos probable que probemos nuevas soluciones.
2. Reduce nuestra memoria de trabajo con el objetivo de que no nos distraigamos con otras ideas, fragmentos de información, pensamientos extraños… Imagínate a un estudiante que está asustado por un cuestionario sorpresa. La información está ahí pero no puede concentrarse en ella. Esto significa que no podemos resolver problemas de manera óptima.
3. Es menos creativo. Con menos materia gris y una sinapsis alterada, tendremos menos disponibilidad de ideas, pensamientos e información para “conectarse unas ideas con las otras”, por lo que la capacidad para crear se reduce.
4. Agranda la amígdala, el área del cerebro responsable del procesamiento del miedo y la percepción de la amenaza, lo que hace que seamos más reactivos en lugar que controlados.
5. Es menos propenso a conectarse con otros. Luchar, huir o congelarse, no son formas efectivas de conectarse con otros. Cuando la sinapsis se ha modificado de esta manera, nos volvemos más gruñones y anti-sociables.
Estos estudios sólo describen una reacción natural de los seres humanos. ¿Cómo promover entonces un ambiente de trabajo inclusivo que multiplique la diversidad e impulse la innovación cuando nuestra reacción natural hacia la diferencia es tan negativa? La respuesta comienzo contigo mismo/a.
Las personas interesadas en desarrollar una perspectiva inclusiva hacia la diferencia, necesitan detenerse un instante y reflexionar si están dispuestas a enfrentar algunos interrogantes personales e incómodos. El camino a la aceptación e inclusión del otro atraviesa el interior de nosotros/as mismos/as, en donde deberemos realizarnos preguntas tan difíciles y desafiantes como gratificantes. Necesitamos dejar de mirar a otras culturas, generaciones, sectores, geografías, religiones e identidades sexuales como meras variantes de la nuestra. Para tener la posibilidad de que otras personas confíen en nosotros/as, necesitamos ser iguales dentro de nuestras diferencias, no sólo variantes de cada uno/a, de lo que conocemos y de cómo hacemos las cosas.
¿Qué tan consciente eres de tu propia identidad? ¿Cómo sueles reaccionar antes personas que son diferentes a ti?
Por Marcelo Baudino
Experto en Diversidad, Equidad e Inclusión
Linkedin: https://ar.linkedin.com/in/marcelobaudino