Durante un break en uno de nuestros talleres de liderazgo incluyente, uno de los participantes minimizó un chiste machista diciendo lo siguiente: “Roberto es una buena persona, seguro que no tuvo ninguna intención de ofender”. ¿Es suficiente tener buenas intenciones para ser una persona incluyente? O dicho de otra manera, ¿nos sirve escudarnos en las buenas intenciones para evitar analizar el impacto de lo que se ha dicho o hecho? ¡Analicémoslo!
Primero dejemos algo bien claro: No es suficiente con tener buenas intenciones para ser incluyente. ¿Es un primer paso? Posiblemente, pero corremos el riesgo de asumir que nuestra buena predisposición a ser personas abiertas e inclusivas, nos permite minimizar las micro-agresiones. Si nunca escuchaste sobre micro-agresiones o micro-inequidades, te invito a leer este artículo. Para resumir, si tu intención es transitar exitosamente tu camino hacia una persona inclusiva y equitativa, la clave está en enfocarse en el impacto de nuestras acciones, no necesariamente en las intenciones. Por supuesto que las intenciones o motivos importan, pero no deberían ser el principal foco de la conversación.
Enfocarse en el impacto y no en la intención es más fácil cuando existe un daño físico. Imagínate que un colega derrama café caliente en tu camisa justo antes de una presentación importante. El impacto es claro y nadie se sorprendería que estés molesto. Posiblemente tu colega no lo hizo a propósito, pero igualmente te duele la quemadura y aun necesitas resolver el tema de la vestimenta antes de tu reunión. En este caso, no tiene mucho sentido defender a tu colega diciendo que es una buena persona. Tampoco posiblemente nadie te ataque a ti diciendo que estás exagerando y en realidad no te duele tanto. En este escenario, asumiendo las buenas intenciones de tu colega y su razonabilidad, muy probablemente se disculpe y se ponga a total disposición para hacer lo que necesites para mejorar tu situación. ¿No lo harías tú?
Ahora bien, ¿qué sucede cuando el dolor no es físico? Desafortunadamente, el foco se pone más en la intención que en el impacto. Esto ocurre principalmente porque cuando hablamos de cuestiones delicadas sobre diversidad e inclusión, solemos automáticamente ponernos a la defensiva. Imagínate que tu colega esta vez hizo un comentario que a ti te pareció ofensivo. De la misma manera que reconoció tu dolor físico cuando derramó café sobre ti, también debería reconocer el dolor emocional o psicológico que su comentario causó. Esto es un reconocimiento del impacto de sus acciones. Y no importa que tu colega piense que su comentario no era ofensivo. Su intención simplemente no es el punto. Si te enfocas en las intenciones, terminarás juzgando y etiquetando a las personas, perdiéndote la posibilidad de tener conversaciones productivas sobre las diferencias, la identidad y la equidad. Pensar (o saber) que las intenciones no eran malas, no elimina el dolor ni las consecuencias de la acción. En el mediano y largo plazo, la relación quedará dañada y se perderá una enorme oportunidad de aprendizaje.
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Si tú eres ese/a colega y alguien menciona que lo que dijiste o hiciste ofendió a otra persona, piensa antes de responder en qué harías si accidentalmente derramaras café en esa persona. Estoy seguro que te enfocarías en el impacto de tus actos antes que eludir la responsabilidad simplemente porque no era tu intención ofender a nadie. ¿Qué piensas?
Por Marcelo Baudino
Experto en Diversidad, Equidad e Inclusión
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