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Todas y todos tenemos visiones polarizadas… ¿y entonces?

“¡Son feminazis!” escuché decir a uno de mis amigos luego de ver por la televisión algunas pintadas que la marcha por #NiUnaMenos dejaron en una pared. El adjetivo parece englobar un significado sumamente profundo, buscando trazar paralelismos entre el régimen Nazi en Alemania y el movimiento feminista. En realidad no lo es. Se trata una simple descripción despectiva ante un accionar que, desde el punto de vista de mi amigo, era incorrecto.

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También desde inicios del 2017 he comenzado a escuchar con más frecuencia la frase“Se vienen a robar nuestros trabajos”, refiriéndose a quienes inmigran al país (muchos de estas personas son refugiadas). Esta frase parece tener una estacionalidad alineada a los vaivenes económicos. En períodos de crisis, las personas inmigrantes y refugiadas se convierten en el chivo expiatorio perfecto para asignarles parte de la responsabilidad. Sin embargo, la atribución de esta frase es muy selectiva: no se la dirigen a cualquier inmigrante, sino a quienes la sociedad percibe como inmigrantes de “segunda clase”. Nadie se atrevería a tratar como criminal en potencia al estadounidense que viene a asumir una posición de director de una multinacional. Nuevamente, los adjetivos negativos, tendenciosos y prejuiciosos proliferan.

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Durante una charla con mi madre, me comentaba lo difícil que era reclutar a jóvenes “comprometidos/as” en el sector público que hicieran las cosas como se venían haciendo. ¿Será verdaderamente posible que las personas jóvenes se comprometan a seguir las reglas establecidas quienes tienen más antigüedad? La contra-respuesta más lógica al describir a las personas más “viejas” no tarda en llegar: “Se resisten al cambio”, “Son anticuados/as y ya no sirven para nada”, etc.

En mi Facebook se abrió un extenso debate por el siguiente hecho: Una pareja de lesbiana fue arrestada por besarse en una plaza en Córdoba. Posteriormente, y a método de protesta, se organizó un “Besazo” de lesbianas frente a la estación central de policías. Si apoyabas la iniciativa eras alguien pervertido/a que ibas a contramano de la naturaleza. Si estabas en contra eras alguien moralista religioso/a y homofóbico/a. Esos mismos rótulos planteaban una distancia casi insalvable, donde la posibilidad de debate era casi nula.

Besazo en Córdoba

Pero el trofeo de las descalificaciones y agresiones se lo lleva la política. Los juegos de poder son tan potentes que la agresión verbal, normalizada por medios y políticos, impiden casi cualquier posibilidad de tener un intercambio de argumentos razonables y fundados. “Kukas”, “gorilas”, “ignorantes”, “vagos”, “fachos”, etc. La imaginación y creatividad parece no tener límites. La polarización tampoco.

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Las polarizaciones abundan frente a cualquier aspecto de “diferencia” que se presente entre seres humanos. Por ser cordobés me han pedido que “me cuente un chiste”. Por ser vegetariano me han dicho “gay” (¿?). Por no querer tener auto me han dicho “hippie”. Por ser ateo me han dicho “irrespetuoso”. A todos y todas nos pasa, aunque a algunos más que a otros. A partir de esta variedad de reacciones y de estigmatizaciones ante la diferencia, podemos esbozar algunas características que afloran en las polarizaciones:

1. Describen más a quienes la dicen que a quienes están dirigidas

“Lo que Juan dice de Pedro, dice más de Juan que de Pedro”. Cuando describimos al diferente, en realidad estamos describiéndonos más a nosotros/as mismos/as. Descalificar a los/as demás es una forma de reforzar nuestra propia forma de pensar y de ver las cosas (y también nuestras carencias). En definitiva, si los/as demás están equivocados/as y hacen cosas incorrectas; eso implica que nosotros/as estamos en lo cierto y hacemos las cosas correctas. Las polarizaciones persiguen el fin encubierto de no auto-explorarnos, de no reflexionar sobre quiénes somos nosotros/as mismos/as.

2. Buscan evitar que cambiemos

La naturaleza humana tiende hacia el estatus quo. Estamos diseñados/as para crear un contexto que nos brinde seguridad y nos permita cumplir nuestros mandatos instintivos básicos: supervivencia y procreación. Descalificar a quienes son diferentes persigue el fin implícito de legitimar quienes somos y las decisiones que tomamos en nuestras vidas. Si nosotros/as somos los que “estamos bien”, entonces son los demás quienes tienen que cambiar y adaptarse.

3. Buscan proteger privilegios

A veces me avergüenzo de mis privilegios. “¿Cuáles privilegios”?, suelen preguntarme algunas personas que tienen los mismos privilegios que yo, cómo si encendieran una señal de alerta al indicar subliminalmente que quizás ellos/as también tienen privilegios. A los/as privilegiados/as nos gusta pensar que no tenemos privilegios, y que todas las cosas que ganamos, obtuvimos y aprendimos, fueron exclusivamente por nuestro propio esfuerzo. “A mí nadie me regaló nada”, es casi una frase hecha a la que muchos apelan ante la mínima insinuación de que quizás otras personas no hayan tenido acceso a las mismas oportunidades.

La responsabilidad de ponernos en los zapatos (y en la piel) del otro/a antes de atrevernos a juzgarlos/as desde nuestras posiciones y sesgos, es de todos y todas. Somos participes y creadores/as de las polarizaciones que sufrimos y que impartimos. Comencemos trabajando con miras a cambiarnos a nosotros/as mismos/as, antes de querer moldear a los/as demás a nuestra semejanza.

¿De qué manera se te ha juzgado injustamente? ¿Eres capaz de reconocer tus propios pre-juicios?

Por Marcelo Baudino
Experto en Diversidad, Equidad e Inclusión
Linkedin: https://ar.linkedin.com/in/marcelobaudino

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